Los beneficios de la Meditación
Para comprender o explicar estos beneficios, es necesario introducir un nuevo concepto, el de la plasticidad del cerebro. El cerebro es moldeable, como la plasticina. Ni los seres humanos ni el resto de los animales estamos bien terminados cuando nacemos. Las neuronas con sus terminaciones de axones y dendritas corren a unirse entre sí cada vez que nueva información ingresa para ser procesada e incorporada a los circuitos electromagnéticos de nuestro entramado. El niño aprenderá a ver y nuevas conexiones se irán conformando a lo largo del proceso. Aprenderá a hablar, y regiones enteras de la corteza cerebral se irán articulando. Si se convierte en un virtuoso del violín, su engrana de neuronas y finalmente su estructura anatómica cerebral será muy diferente de la niña que es muy hábil en gimnasia. Con la suerte de los nuevos aparatos de visualización de imágenes en nuestro cerebro, estas diferencias estructurales, relacionadas con las distintas funciones aprendidas, pueden ser visualizadas. Lo mismo ocurre con el cerebro del meditador al compararlo con el de la persona que no practica esta disciplina. Ya lo habíamos mencionados, algunas zonas crecen y otras se tornan más pequeñas.
Estos cambios en la anatomía de nuestro más complejo órgano del cuerpo, el cerebro, tiene un correlato funcional en las modificaciones del comportamiento del practicante. La primera y más importante, es haber conocido la serenidad durante el ejercicio de la Meditación y llevarse ese estado maravilloso a la vida cotidiana. Aunque la Meditación nos depara un estado delicioso de la mente y el cuerpo y es justo disfrutarlo cuando la practicamos, no será nunca suficiente quedarnos con ese logro. Más bien, lo importante es hacer de la vida misma una Meditación. Debemos progresivamente aprender a caminar en la serenidad, a interactuar en la serenidad, a trabajar en la serenidad, a ser creativos desde la serenidad y a pensarnos desde ese estado. No se puede estar en dos estados mentales al mismo tiempo, o se está en la angustia, el estrés o la preocupación, o estamos en la serenidad, la paz, la quietud, la armonía o el estado amoroso.
La Meditación como ejercicio de la mente es un medio para aprender a conocer la serenidad y transportarla a la vida cotidiana. Este es el primero y esencial beneficio que debemos construir por medio de la Meditación. Vale la pena recordar que durante el ejercicio de la Meditación, la concentración nos deparó al silencio y éste a la serenidad.
Quisiéramos vivir en ese mundo de ensueño y no separarnos nunca de ese estado de privilegio, sin embargo esto no es posible siempre. La serenidad es una plataforma que se construye con herramientas biológicas y por lo tanto falibles. La podemos perder. Una mala noticia, un hijo enfermo, un querido familiar o amigo fallecido, una crisis económica, la pérdida de un trabajo, una separación de la pareja, una violación de cualquiera de nuestros derechos, un conflicto con el vecino o con el jefe, son todas circunstancias con las que podemos pasar de un estado de serenidad con el que salimos de nuestra hogar, a un estado de angustia, dolor o sufrimiento. El ser humano sencillamente y de una manera bastante inconsciente, asocia cualquiera de estas situaciones que hemos mencionado y responde inmediatamente con un estado de alarma, mediado por nuestro sistema nervioso simpático, o por el sistema neuro-endócrino.
Se acabó la paz, o eventualmente podríamos vivir con el sufrimiento a cuestas todos los días. La pérdida de la serenidad no nos proviene exclusivamente desde nuestra interacción con el medio externo. Podemos llamar al momento presente, ya sea consciente o inconscientemente, vejámenes a los que fuimos sometidos de niños o de adultos jóvenes, que interfieren con mi desempeño en el momento presente, me lo contaminan, ya sea de insatisfacciones o de tristeza. El robo de la paz puede provenir de afuera o de adentro, de nuestra propia casa neuronal con sus memorias implícitas o explícitas, o de la interacción enfermiza con el otro.
Por supuesto que la meta final será, una vez que hayamos optado por la serenidad, de una manera consciente, como estilo de vida, entregarnos a la serenidad inconscientemente, mucho más eficaz, para ingresar a los jardines del bienestar y la felicidad. La práctica consciente de la serenidad irá deparando progresivamente la posibilidad de hacer de esta habilidad una costumbre y por lo tanto volverla inconsciente. Como cuando aprendemos algún oficio, por ejemplo manejar una bicicleta o un automóvil, al principio muchos de los movimientos al conducir serán conscientes, pero con el tiempo lograremos realizarlos desde una condición inconsciente, de nuevo, mucho más eficiente.
La apuesta es a que la serenidad riegue todos los rincones de mi mente y progresivamente se aprenda a anteponerla frente a la injuria de miedo, sufrimiento o angustia. La serenidad podría gobernar absolutamente sobre la agresión psicológica, lo cual es ideal y posible. O bien podría matizar la respuesta. La idea sería no perder bajo ninguna circunstancia la paz. Cuando esto ocurra, la Meditación nos regalará un segundo beneficio.
En el majestuoso Palacio de Delfos, rezaba una sentencia: “Conócete a ti mismo”, no ya desde la perspectiva de quien soy o qué he realizado en mi vida, o cuáles son mis expectativas, sino del qué pienso, cómo lo pienso y cuál es el estado mental que me provoca. Estamos hablando del inseparable binomio pensamiento/emoción. Los pensamientos tienen sus consecuencias emocionales o sentimientos, y los estados emocionales tienen sus consecuencias en la calidad de lo que pensamos. Que no se le vaya a ocurrir a un hijo presentarle al padre o a la madre una mala nota en la escuela o colegio, después de que cualquiera de los dos progenitores , o los dos, hayan tenido un disgusto de cualquier naturaleza.
El segundo beneficio o aliado al que nos referimos lo conocemos como el Observador. Se trata de la capacidad que desarrollamos para mirarnos a nosotros mismos en nuestro interior de pensamientos, emociones, sentimientos, estados de ánimos, temperamento y personalidad. Es un poco nuestra Auto-conciencia o Meta-consciencia como lo hemos mencionado anteriormente. En este último estado, estamos atentos a lo que ocurre en la cotidianeidad y pasa por nuestra mente, por ejemplo, los semáforos para automóviles o para peatones, o este tema de Meditación sobre el cual estoy escribiendo, del enfermo que viene por ayuda médica, o por la comida que compramos en el mercado.
Es decir el poder de la atención es consustancial al ser humano y al resto de los animales, es fundamental para la supervivencia. Este estado de atención se relaciona con nuestra condición de estar conscientes; mientras dormimos, pierdo en algún grado esta capacidad y en el estado comatoso, por medicamentos o por trauma, lo llego a perder completamente. En la jerga médica hablamos del estado de consciencia o inconsciencia del paciente. En el estado consciente recuperamos la atención al medio externo de los acontecimientos, o a lo interno de mis pensamientos y emociones.
Aquí, sin embargo hablamos de otro tipo de atención o de consciencia, que sería aquella que desplegamos hacia nosotros mismos, a nuestra propia mente. Yo me miro a mi mismo, estoy consciente, atento a mí mismo, me pienso y me evalúo con mi Auto-consciencia, mi Meta-consciencia. No se pretende ni mucho menos, un riguroso examen psicológico, para esos están estos profesionales, pero sí, identificar el estado de ánimo y el pensamiento o situación que lo provoca.
Esta destreza mental aprendemos a desarrollarla con el ejercicio de la Meditación. El Observador en la vida cotidiana, es el equivalente o deriva de la capacidad de concentración en las distintas etapas del proceso de Meditación. La concentración en la relajación muscular, en la respiración, en el silencio o en la serenidad, me depara el fortalecimiento de un proceso mental de observación de la vida al interior de nuestra propia mente. Ya existen propuestas de que este proceso sea atribuido al Sistema Para-límbico. Veremos que nos depara la ciencia más adelante. Por el momento nos conformamos con saber y constatar que existe la potencialidad y la capacidad de poder enfocar nuestra atención al interior de nuestra actividad mental.
Recordemos que mientras desarrollamos nuestra fortaleza para concentrarnos en los Jhanas, se nos atraviesan pensamientos que somos capaces de evidenciar y, luego de salir del estado meditativo, somos capaces de recordar esos pensamientos y de relatarlos. La visión interior es un hecho. El proceso de concentración que fortalezco en el ejercicio de la Meditación, se me convierte en el observador de mis procesos mentales en la vida cotidiana.
Recordemos que tengo como objetivo la serenidad. ¿Qué me indica el observador sobre el estado de mi mente? ¿En qué pienso y cuál es la emoción que percibo? ¿Es mi pensamiento positivo y mi emoción saludable, o por el contrario, me embarga un pensamiento negativo con su correspondiente emoción destructiva? ¿Cuánto tiempo llevo con ese pensamiento negativo que me produce angustia o tristeza o miedo y qué he resuelto manteniendo ese estado en la cartelera mental? ¿Es ese estado mental apropiado? ¿Conviene a la construcción de mi felicidad? ¿Estoy solucionando algo? ¿Vale la pena? ¿Es necesario?
Desafortunadamente, el ser humano se ha acostumbrado a vivir con el dolor a cuestas, es más, propicia el sufrimiento. Como consuelo le dirán que hay un premio al final de esta vida infame. Si se desea, nos podemos quedar hundidos en ese fango, batiendo una y otra vez el mismo barro, rumiando nuestros errores con connotación de culpa. Nos hemos quedado con el cerebro arcaico de los primeros Homo sapiens sapiens, basado en el estrés, la alarma, el sufrimiento, la preocupación, así como el miedo y su compañera de viaje la violencia.
Pero este mismo ser humano descubrió la alternativa de una vida diferente, explotando los recursos de su propia humanidad, segregando las sustancias de su propia realización en el jardín del edén, sustentado en el entramado de sus neuronas, en construcción permanente. No se trata de escapar de una situación difícil, se trata de vivirla en un estado mental adecuado, con madurez, con sabiduría, con solidaridad y con compasión. No como el hombre-niño de los primeros pasos de la especie, sino en el estado amoroso que podemos construir a voluntad, después de milenios de caminar por las estepas o la nieve, o de navegar por mares y por ríos, y de escuchar a sabios y avatares, quienes nos han aconsejado y no los hemos entendido.
El observador reconoce e informa sobre la situación de alarma. La mente del meditador inicia su proceso de reconstrucción. Después de semanas, meses y años de trabajar en el dominio del silencio, el practicante ha aprendido a gobernar sobre su propia mente. Toma la decisión, a veces fácil, otras veces más difícil, de silenciar ese pensamiento que lo tortura, o de matizarlo, suavizarlo o relativizarlo. El ligamen espacio-temporal entre el pensamiento negativo y la emoción destructiva se desnaturaliza, se rompe, y se sustituye. Ahora el meditador disminuyó la intensidad de la emoción. Si hipotéticamente pudiéramos construir un medidor de emociones, este nos diría que el enojo bajó de diez, la intensidad máxima, a tres, y nos encontraríamos ahora en una mejor capacidad de resolver el tema en cuestión que nos agobia. Más lúcido, más racional, más amoroso.
Habríamos construido una forma de gobierno sobre nuestra propia mente, para el manejo de nuestros pensamientos, emociones, sentimientos y estados de ánimo. Estaríamos cumpliendo con la propuesta de nuestras primeras líneas, de empoderarnos de las acciones de nuestra mente, al menos de algunas de ellas.
Muchas sesiones de práctica de concentración y silencio van a deparar dos habilidades o destrezas en mi mente: el empoderamiento y la libertad.
Estamos fortaleciendo por medio del ejercicio mental de concentración nuestra voluntad para callar el flujo o curso de los pensamientos y llevar la mente al reposo. Esto es demasiado poder. Pasar de la mente inquieta, saltarina, rumiante, inconsciente, dispersa, angustiada, a una mente enfocada en un solo objeto, reposada, tranquila, en silencio, es toda una conquista en la construcción de la felicidad. Esto se verá con claridad en la práctica misma de los ejercicios mentales y sus resultados en la vida cotidiana.
Cuando analizamos el empoderamiento, estamos hablando del asalto al poder de una mente anárquica, que ha hecho con nosotros lo que le ha venido en gana, hablamos también, de ejercitar la habilidad de acabar con esa tiranía. Poco a poco se irá ganando el privilegio de introducir un gobierno sobre algunas de las funciones de la propia mente, quizás de las más importantes, por ejemplo, en qué voy a pensar, cómo voy a hacerlo y qué estado emocional deseo para esa mente y ese cuerpo. Se estaría logrando el paso de una función reactiva, bastante inconsciente de la mente, a una función más reposada, y mucho más consciente. En el empoderamiento asumimos el control de muchos de los actos de la mente.
Seríamos más libres en el sentido de que podemos escoger el tema que necesitamos enfocar y un poco la emoción acompañante. Por suerte el proceso de superación no es mecánico, sino biológico y como tal, tiene límites y altibajos, pero desde la serenidad ya conocida. Es el ser humano asumiendo la responsabilidad de su conducta y sentimientos y en algún grado la responsabilidad de su propio destino y la de sus compañeros de viaje, los otros, la naturaleza y el planeta, en la medida de nuestras posibilidades y limitaciones.
La libertad que nos depara el proceso de Meditación deriva de nuestra habilidad de poner la mente en silencio. Podemos ser esclavos de la corriente de pensamientos que surgen sin control desde nuestro consciente, subconsciente e inconsciente y que nos arrastra sin contemplación al sufrimiento, al estrés o a la preocupación. Tener el poder de silenciar esa corriente nos da la habilidad para jugar un poco con nuestros pensamientos y emociones. La libertad se asoma cuando somos capaces de erradicar un pensamiento negativo con su correspondiente emoción destructiva o, realizar lo que en psicología se llama una reconstrucción positiva de los pensamientos, con un cambio en el estado emocional. Esta reconstrucción implica la conversión de un pensamiento negativo sobre un determinado tema, en uno positivo sobre la misma situación.
Cuando el pensamiento negativo es intenso y nos toca fibras poderosas de nuestro sistema de la emociones, el Sistema Límbico, probemos al menos bajar la intensidad del impulso emocional destructivo.
Podemos resumir diciendo que alcanzar el silencio nos facilita el empoderamiento de nuestra propia mente, así como la libertad al proveernos del desapego de los pensamientos y emociones. El desarrollo de la habilidad de la concentración nos depara un fuerte observador interior de pensamientos, sentimientos y emociones. Finalmente haber conocido la serenidad durante el ejercicio de la Meditación nos regla serenidad en los distintos actos de nuestra vida.